miércoles, 23 de septiembre de 2009

Edmundo Paz Soldán firma “South Beach”

“Estos cuentos tienen su centro de gravedad en South Beach pero también se dirigen a otras partes. Está París tanto como Caracas. Está sobre todo la profundidad en la que se han sumergido los personajes, que miran la vida con un aire risueño, capaces a la vez de sorprenderse de todo y de que nada los sorprenda. Diego Fonseca ha encontrado el tono ideal para sus relatos: pausado, irónico, lúcido, agridulce. Un gran cuentista se anuncia en estas páginas.”
Edmundo Paz Soldán


La última vez que hablamos al teléfono con Edmundo Paz Soldán fue también la primera y única. De inmediato prometimos (¿o prometí?) que a la próxima conversaríamos más tranquilos y humanos. Era agosto o septiembre de 2008 y yo reporteaba una historia para Gatopardo sobre los latinos y Obama.

Edmundo fue lúcido y acertado. Por entonces yo no estaba muy convencido del triunfo de Obama y conservaba cierto temor por la emergencia del voto neocon, el radical y racista. Por otro lado, aunque aceptaba a Obama como un gran orador, me costaba verle formas de estadista. Edmundo estaba seguro de que ganaría y de sus nada escasas habilidades políticas. La historia no se publicó y la llamada con Edmundo no se repitió. Sin embargo, tras la charla de promesas imposibles seguimos conectados por Facebook, emails o nuestros blogs, Río Fugitivo y La Lettera con hambre.

A Edmundo lo conozco sin conocerlo. Nuestra amistad es epistolar, construida sobre vacíos, suposiciones y conocimientos parciales. Eso no nos ha impedido prodigarnos respeto mutuo. Disfruto de su ficción tanto como de sus análisis, algo que no me sucede a menudo.

Mi primer contacto con él fue a través de El delirio de Turing (Alfaguara, 2003), un libro que cruza literatura y relato social, mixtura que siempre me atrajo. Al poco tiempo, ya como editor de AméricaEconomía, llegó a mis manos un ensayo suyo sobre Evo Morales y Bolivia. En la revista adorábamos las historias sintéticas cargadas de sentido. Publicar columnas superiores a 700 u 800 palabras era extraño. Bien, aquel texto de Edmundo llegó y se fue con más de 1.200 y casi ni una coma tocada. Tanto a Raúl Ferro, quien primero dio con él, como a mí, nos atrajo su lectura de los hechos.

Desde aquellos años, he seguido a los saltos la literatura de Edmundo. Mi segundo libro de su factoría fue Palacio quemado (Alfaguara, 2007), a mi juicio el más latinoamericanista de su producción regional. Leí con detenimiento la equilibrada antología que coordinó con Alberto Fuguet, Se habla español, donde hay amigos comunes, y tengo pendiente Bolaño salvaje. Los vivos y los muertos (Alfaguara, 2008), su séptimo con Alfaguara, llegó a mis manos a inicios de año. No soy crítico literario pero pienso que abre un camino narrativo distinto. Los crímenes porque sí, sin otra ideología que la anhedonia, el aburrimiento o un nihilismo brutal, alimentado a base de ignorancia, desatención y falta de perspectivas.

Edmundo fue parte del pequeño grupo de colegas y amigos que accedieron a los primeros borradores de “South Beach”. Que el manuscrito llegue a su residencia de Ithaca, NY, tomó tres intentos de envío por USPS, el servicio postal americano. Creo que ambos nos habíamos dado por vencidos cuando, en la última vuelta de correo, en vez del libraco Edmundo se encontró con un catálogo de maquinarias dentro del sobre. Entonces apelé a dos de las cosas que han hecho grandes a este país —la empresa privada y cobrar en exceso por aquello que no lo vale— y UPS llevó a sus manos el texto.

Que hoy comente esto aquí significa que mi libro no acabó en la Ithaca del destino imposible de Odiseo. Edmundo leyó “South Beach” de una sentada, a horas de subirse a un avión para vacacionar en Italia, y me devolvió un email práctico y directo —los que prefiero. Me fue grato comprobar que, en general, coincidíamos en el material desechable y el rescatable.

Hace unos días le pedí que escribiera la contratapa de “South Beach”. Respondió de inmediato, con entusiasmo. Sus líneas, que encabezan este texto, me congratulan. No puedo menos que agradecérselo una vez más.